miércoles, 5 de agosto de 2015

¡Zurich está llamando!



Apenas atravesé la puerta de madera, un estrecho espiral de piedra me recibió con entusiasmo. Comencé a subir. Ya conocía esta sensación, el dolor muscular y la ansiedad que precedían a una gran recompensa. A pesar de eso, las escaleras caracol siempre me emocionaban. Cada uno de los desgastados escalones del Grossmünster guardaba una historia que en ese momento desconocía. Más tarde, supe que la imponente iglesia actualmente protestante había sido mandada a construir por Carlomagno en el año 1100, edificada sobre un antiguo cementerio romano. Mientras avanzaba, sabía solamente que me esperaba un paisaje digno de muchas “fotos mentales”.


Luego de unos minutos, llegué a un amplio descanso con una bella estructura de madera. Pocos pasos después, suspiré y sonreí exaltada. Una Zurich soleada a 360 grados me estaba dando los buenos días.
Tenía ante mis ojos la ciudad suiza con mayor densidad poblacional y sin embargo, la imagen era pacífica y pintoresca. Las protagonistas de la escena eran las iglesias de Fraumünster y Peterskirche, con sus vistosos relojes y torres puntiagudas. Desde las alturas, continuaba a sorprenderme la transparencia del río Limmat, que agregaba un toque de color y naturaleza al paisaje urbano. Más allá del lago Zurich y con bastante neblina se apreciaba la romántica silueta de los Alpes. La vista desde uno de los campanarios gemelos del Grossmünster era bellísima y se potenciaba con una fresca brisa matinal que alegraba a los turistas de uno de los veranos europeos más calientes de los últimos años. Traté de grabar con mis ojos cada detalle porque esa mañana me despedía de Zurich y definitivamente, ese lugar era el más adecuado.



La tarde anterior había sido muy relajante. Caminar a lo largo del Limmat entre sus bares y atravesar sus puentes era el marco ideal para tomar fotografías y disfrutar del clima templado del mes de julio. La idea del recorrido era llegar hasta el lago para tomar el catamarán que brindaba hermosas vistas del lago y de los puertos vecinos. El paseo más corto duraba una hora y media y costaba alrededor de ocho euros por persona. En el barco el sol quemaba bastante pero un viento fresco aliviaba a quienes habían optado por tomar algo en una de las mesitas externas del bar.

Pasada la experiencia lacustre, eran casi las ocho de la noche en Zurich pero el cielo seguía iluminado. A esta hora el Limmat se transformaba en un espectáculo de reflejos. Los campanarios del Grossmünster se desdibujaban en una imagen casi pictórica y, a medida que el sol se escondía definitivamente, la ciudad comenzaba a encenderse y a mostrar otra de sus bellas facetas.


Cuando pensé que me había hipnotizado lo suficiente con los reflejos del río y estaba comenzando a caminar hacia el hotel, sucedió algo emocionante. De repente y en simultáneo se iluminaron los puentes y los campanarios de la catedral. Agradecí el timing perfecto y en ese mismo instante supe que estaba en una ciudad romántica por excelencia. La versión nocturna de sus calles, edificios, puentes e iglesias me pareció la atmósfera ideal para compartir con una persona especial.

Un mes antes de escribir estas líneas, no conocía Zurich y tampoco la consideraba como una de las ciudades próximas a ser visitadas de mi “bucket list”. Sin embargo, desde mi llegada había caído completamente bajo el poder de su encanto. Da la sensación de ser un buen lugar para vivir y efectivamente, fue elegida como la ciudad con mayor calidad de vida del mundo dos veces consecutivas (2006-2008). Es uno de esos lugares que tiene un “no se qué”. No se si será la arquitectura. No sé si será el ritmo de la ciudad. No sé si será el aire suizo en combinación con la belleza de su geografía, pero es una ciudad carismática y romántica a la cual me gustaría volver.
La experiencia durante esta visita fugaz tuvo una moraleja que no olvidaré: A veces es mejor viajar sin tanta información para dejarnos sorprender por el auténtico aura de los lugares que visitamos. Nunca sabemos cuándo nuestros ojos van a descubrir un rincón del mundo que, al no estar tan publicitado, funciona como un verdadero baño de frescura para el alma. En otras palabras, cada tanto dejemos que nuestros propios sentidos nos den una primera opinión. Hoy más que nunca,  siento que viajar es también estrenar nuevos horizontes.

#TheMapIsCalling




3 comentarios:

  1. Hermosa descripcion del ambiente! Me diste muchas ganas de ir.

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  3. E' vero, andare in una città come Zurigo senza troppe informazioni, e scoprirne la bellezza e assaporarne l'essenza, è una bellissima sensazione!

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