sábado, 19 de septiembre de 2015

Izmir: Una anécdota en la Perla del Egeo

El automóvil atravesaba las afueras de la ciudad turca con velocidad cuando, de manera inesperada, sucedió algo que lo obligó a detenerse. Nuestros caminos siempre guardan sorpresas.

#Esmirna is calling



Cuando bajé del barco y caminé hacia la salida del puerto, no reparé en que era la primera vez que mis pies tocaban el continente asiático. Un año después, lo pienso y sonrío. Parecía una contradicción. Esmirna no me generaba grandes expectativas pero, a la vez, me intrigaba. Nunca había estado en Turquía y las primeras banderas rojas con la luna menguante y la estrella blanca me recordaron que entraba a un nuevo mundo, otra cultura que despertaba mi curiosidad. 




Atravesé la barrera sabiendo que mi objetivo del día sería visitar la casa de la virgen María y las ruinas de Éfeso. Una vez fuera del puerto, noté un grupo de taxistas turcos que se disputaba los turistas interesados en un tour por los puntos de interés. Luego de un momento de regateo, fuimos convencidos por un conductor que, aunque no hablaba español, repitió varias veces “italiano, italiano”.

Era una mañana fresca y dentro del auto nos sumimos en un camino bastante árido, largo y monótono. Nuestro taxista se llamaba Hussein y durante el viaje comenzó a contarnos sobre la vida en Esmirna, la tercera ciudad del país en población después de Estambul y Ankara. La conversación llegó rápidamente al ámbito religioso y, aunque no puedo recordar sus palabras exactas, sé que dijo algo así:  “Nuestra religión no quiere la violencia pero hay un grupo que la interpreta de forma extremista aunque nosotros no estamos de acuerdo”. 


Nuestra primera parada fue la casa de la Virgen María. La visita merece un post especial pero en pocas palabras podría decir que me sentí bastante decepcionada por la pequeñísima casa de piedra, completamente restaurada. ¿Tal vez visitar las ruinas hubiera sido una experiencia más auténtica? No estoy segura. Sin embargo el lugar, rodeado de un intenso y exótico verde profundo, tenía un encanto y espiritualidad particulares.



La escena más emotiva se encontraba fuera de la casa, en un espacio donde podían encenderse velas, beber el agua bendita (una de las pocas que se puede beber de la canilla en esta ciudad) y dejar una petición o agradecimiento en un muro repleto de papelitos anudados. Todos los que estábamos allí teníamos mucho que agradecer solo por el hecho del increíble viaje que experimentábamos. No hacía falta ser demasiado religioso para tener esa sensación. 



De nuevo en la ruta, nuestro taksi driver resultó ser muy agradable y sonriente. No hablaba un italiano para nada perfecto. En otras palabras, no hablaba italiano pero se hacía entender a la perfección y hasta lograba bromear exitosamente. Me desabrigué un poco. Tenía la mirada perdida en el horizonte desde la ventanilla del asiento trasero cuando sucedió. El conductor protestó en su idioma y el auto disminuyó la marcha hasta detenerse. Apenas vi lo que estaba ocurriendo intenté filmar. No éramos los únicos en ese camino.  Había un tumulto, un revuelo. ¿Qué sucedía? Un grupo de cabras dispuestas a comer todo lo que encontraban a su paso estaba interrumpiedo nuestra ruta. De todos los tamaños y tonalidades, se amontonaban para llegar al césped y bloqueaban completamente el paso. No había nada que hacer más que esperar.




Luego de unos minutos, finalmente comenzaron a circular y tambien nosotros retomamos lentamente la carrera. Mientras pasábamos, una de las cabras a mi derecha se paró, estirada para masticar la hoja de un árbol. La escena era demasiado simpática. En ese extraño contexto me sentí especialmente lejos de casa, personaje de una película. ¿Esto estaba pasando? Sí, era eso por lo que tanto amaba viajar. Lo recuerdo y es extraño cómo un evento tan simple e inesperado puede transformarse en una de las cosas más memorables de una visita. “Sí, una vez iba en auto y tuve que parar porque pasaban las cabras”, me dije y no pude evitar imaginar lo inverosímil de ese momento trasladado a las calles de mi querida Buenos Aires. Me siento exagerada al pensar que una pequeña anécdota divertida pueda hacerme tan feliz. Mejor así.





Más tarde, las ruinas de Éfeso fueron un viaje en el tiempo. Parecía mentira que en la antigüedad el mar llegaba hacia los confines de esta ciudad. La ruinas greco-romanas estaban hermosamente conservadas pero se podían tocar, abrazar y fotografiar. A esta hora hacía calor pero no demasiado. Todo el circuito presentaba detalles interesantes e incluso había restauradores trabajando en ese mismo momento. La estrella de la visita: La Biblioteca del Celso.  Su imponente fachada me hizo sentir en un film de Indiana Jones. A la salida del predio, la tentación. Pasamos rápidamente desde una joya del arte clásico hasta el paraíso Louis Vuitton.  Fue imposible no dar un pequeño paseo por las tiendas de souvenirs e imitaciones de alta calidad  de carteras de marca a un precio aproximado de 90 euros cada una (aunque vale regatear).



Dentro de la ciudad de Esmirna propiamente dicha, algunas zonas podían confundirse con sectores comerciales en el barrio de Belgrano. Era todo muy occidental. Otros rincones, por el contrario, eran paisajes en los que las arenas del tiempo corrían unos cuantos siglos para atrás. La diferencia era abismal y muy interesante. Mientras el taksi pasaba por callejuelas minúsculas e irregulares, a una velocidad que me parecía muy poco prudente, logré distinguir varias madres que en un turco amenazante hacían lo posible por disciplinar a sus hijos. Intenté fotografiarlas y me sentí culpable. Era una intrusa que observaba la escena a través de un cristal.




Antes de dejarnos en el puerto y culminar el día turístico, nuestro  simpático chofer nos dio una muy “simpatica” noticia. Debíamos pagarle la nafta y los peajes, además del precio que ya habíamos acordado. Después de idas y vueltas en un mix idiomático, Hussein se salió con la suya. Nosotros también, volver con el bolsillo vacío pero repleto de momentos inolvidables valía la pena.

#TheMapIsCalling



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